Ayer, once de septiembre, los independentistas catalanes protagonizaron, con motivo de la celebración de la diada, una astracanada más, dicho sea en el sentido de sus disparatadas acciones públicas. No lo digo porque conmemoren una humillante derrota a manos de las tropas de Felipe V quien, por cierto, fue el rey que autorizó por primera vez a que barcos catalanes pudieran comerciar con las Indias, que era monopolio castellano. Ni siquiera porque reivindicasen la independencia de Cataluña, allá ellos con su matraca. Lo señalo por la sarta de mentiras históricas que propalan y que están en la misma línea de esa especie de «cómicos ambulantes» que, con fondos de la «Generalitat», van difundiendo que Santa Teresa de Jesús era catalana y abadesa del monasterio de Pedralbes, que Miguel de Cervantes, catalán también, escribió el Quijote en dicha lengua, que Leonardo de Vinci era de Vic, como indica claramente su nombre que ha sufrido una modificación -culpa de los malditos españoles-, al igual que como, su propio nombre también indica, Tartessos estaba en Tortosa.
Las mentiras que buscan inocular en nuestros días arrancan de la propia denominación, como de Secesión, de lo que había sido la guerra de Sucesión, llamada así por combatirse por la sucesión al trono de la monarquía hispánica, tras la muerte de Carlos II. Un guerra que el once de septiembre de 1714 vivía, prácticamente, su último episodio con la rendición de Barcelona, después de firmada la paz de Utrecht hacía más de un año. Mentira es la tergiversación de la figura de Rafael Casanova, quien la víspera de entrar de las tropas borbónicas en la ciudad alentó a su defensa con una arenga en la que, empuñando la bandera de Santa Eulalia, uno de los símbolos de la ciudad, declaraba, textualmente, que luchaban «por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Palabras ocultadas por los independentistas y sin ningún atractivo para los secesionistas. Casanova, que fue herido en los últimos combates, se recuperó de sus heridas. Fue amnistiado en 1719 y ejerció como abogado hasta 1737 aplicando la nueva legislación que imperaba en Cataluña, tras los decretos de Nueva Planta. Algo parecido a lo que ha ocurrido con alguno de los actuales próceres del independentismo -el caso de Elsa Artadi es paradigmático-, con la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Ocultan también que, en Cataluña, la guerra se desencadenó al romper los «vigatans», nombre que se daba en el Principado a los partidarios del Archiduque Carlos de Austria, que aspiraba al trono de la Monarquía Hispánica, el pacto cerrado con Felipe V en las Cortes de Barcelona de 1701-1702. En virtud del cual el monarca juraba los fueros y los catalanes le prometían fidelidad. No fue el rey quien rompió ese pacto, sino aquellos catalanes que se alzaron contra él, tras la firma con Inglaterra del pacto de Génova.
En medios independentistas catalanes quiere justificarse el pacto con los ingleses, invocando que los fueros estaban en peligro. No es cierto. Felipe V respetó los de Navarra que le mantuvo su fidelidad a lo largo de aquel duro conflicto bélico. Abolió los de aquellos territorios que se sublevaron: Aragón, Valencia y Baleares, amén de Cataluña. Son mentiras como las que algunos independentistas utilizan en traducciones torticeras para poner en boca de un juez, que los acusa de graves delitos, de lo que no ha dicho y denunciarlo ante los tribunales.
(Publicada en ABC Córdoba el 12 de septiembre de 2018 en esta dirección)
Pepe, no puedo creer que te llegues a tragar las astracanadas (esas sí) que se inventan en la villa y corte. Si te dieras una vuelta por Cataluña se te caerían algunos clichés que utlizas como si fueran realidades de uso común. Los que habéis sido -o sois- andalucistas, ya deberíais saber de qué va la cosa del nacionalismo español de raiz castellana,